domingo, 5 de octubre de 2014

Clarkson: "Caimos en una trampa"

El periodista Jeremy Clarkson escribió una columna completa sobre lo que ocurrió esta semana con la filmación de Top Gear en la Patagonia Argentina. Señaló que una "turba rentada" por el Gobierno local fue la que los atacó

En la edición dominical del diario The Sunday, el conductor de la BBC que sufrió un ataque junto a su equipo de Top Gear, volvió a hablar a respecto a la agresión y la expulsión de Tierra del Fuego, por tener autos con patentes con las iniciales de las Falklands.



Merced a la traducción realizada por el portal Autoblog.com.ar. Ofrecemos el texto completo
A continuación, el texto completo en español e inglés.
***
Artículo de The Sunday Times (en español)
“No nos equivoquemos, había vidas en juego”

La filmación de Top Gear por las remotas tierras de Argentina terminó en un dramático escape. Jeremy Clarkson revela como se escondió debajo de una cama de una pandilla que aullaba por su sangre.

 Por Jeremy Clarkson
Todo comenzó a ir mal cuando estábamos filmando en la montaña, en el centro de esquí más austral del mundo, en las afueras de la ciudad de Ushuaia, en Tierra del Fuego.

Sabíamos que Ushuaia era el puerto desde donde el General Belgrano había zarpado en su viaje condenado al comienzo de la Guerra de Malvinas. Y sabíamos que aquél sentimiento anti-Británico todavía calaba duro y profundo, aquí en el fin del mundo.

Como consecuencia de esto, nos estábamos comportando de la mejor manera. Estábamos posando para todas las fotos, y aceptando alegremente los pedidos de autógrafos. El sol brillaba. Reinaba la calma. Incluso nos estábamos refiriendo a las pendientes (slopes) como “gradientes”. Ciertamente, no había ningún indicio de que habíamos entrado al medio de una guerra que pensábamos había terminado 32 años atrás.

Pero luego nos llegaron los comentarios desde la base de la montaña. Algunos manifestantes habían llegado y estaban interesados en hacerle saber a todos que no estaban contentos con nuestra visita. Nuestros productores trataron de explicar que estábamos ahí para filmar en el centro de esquí. Y que luego filmaríamos un partido de fútbol con autos en la ciudad. Inglaterra vs. Argentina. El Mundial del Fin del Mundo lo íbamos a llamar.

No nos escucharon. Estaban enojados. Decían que ellos no eran violentos, pero que un grupo de hombres del sindicato local de camioneros estaban en camino. Y que cuando estos hombres llegaran las cosas se iban a poner feas. Nuestros organizadores locales nos aconsejaron que dejásemos de filmar inmediatamente, que dejáramos los autos en las gradientes y que fuéramos al hotel cercano.
“Este es un Estado mafioso”, dijo un espectador. “Mejor que hagas lo que te dicen”.

Así que eso hicimos, pero ir al hotel no funcionó. Una pandilla de gente nos estaba esperando. Decían que eran veteranos de guerra, lo que me pareció poco probable, ya que la mayoría estaba en los veinte y treinta años de edad. Golpeaban los capots. El abuso había comenzado. La policía llegó e inmediatamente le realizó la alcoholemia a Andy Wilman, nuestro productor ejecutivo. No estamos seguros por qué.

Richard Hammond, James May y yo nos escondimos valientemente bajo las camas de la habitación de un investigador, mientras los manifestantes recorrían el hotel buscándonos. El estacionamiento se estaba llenando. Más gente llegaba. Se estaba poniendo feo.

En Gran Bretaña, los periódicos estaban diciendo que yo había causado el problema cuando llegué a este polvorín político en un Porsche que llevaba la placa H982FKL, que si conviertes la H en un 1 y alternas la K y la L, pudo haber sido vista como una referencia a la Guerra de las Falklands en 1982.
Esto, sin embargo, no era cierto. El auto llegó a Argentina con esas placas, pero luego de dos dias de viaje, cuando estábamos en Chile, un usuario de Twitter notó el problema, así que las quitamos.

Cuando llegamos a Tierra del Fuego, el auto no tenía ninguna patente en la parte delantera y una mezcla sin sentido de letras en la parte trasera. Y no, no era W3WON (G4N4MOS, sería en español). Que pudo haber sido si yo hubiese estado tratando de levantar polvareda.

La patente ya no era el problema. Pero había algo que estaba causando que más y más gente llegara al hotel. Twitter estaba repleto de mensajes de locales diciendo que querían sangre. Uno dijo que iban a asarnos y comernos.

“Quémenlos. Quemen los autos”, dijo otro. La ley de la calle estaba al mando.
Funcionarios del Gobierno aparecieron luego diciendo que ya no éramos bienvenidos en la ciudad, y que no podían garantizar nuestra seguridad. Que debíamos abandonar Argentina de inmediato. Es evidente que nos dieron permiso de visitar el lugar para luego sacar provecho político al echarnos cuando llegamos.

El problema era: ¿cómo abandonábamos el lugar cuando las calles estaban llenas de gente con palos, piedras y ladrillos? Nadie tenía una respuesta para eso.

Chile está a una escupida de distancia del otro lado del Canal de Beagle, pero no estábamos autorizados a cruzar porque Argentina dice que la tierra del otro lado también es propia. Así que agarramos todas las pertenencias que pudimos, juntamos a las mujeres de nuestro grupo y corrimos hacia el aeropuerto.

Esa noche estábamos en Buenos Aires entre argentinos sensibles que no podían creer lo que pasó. Y la mañana siguiente estábamos de vuelta en Gran Bretaña.

Pensábamos que una vez que nosotros tres nos hubiéramos marchado, la situación se calmaría. No fue así.

Dejamos atrás a 29 personas; camarógrafos, sonidistas, organizadores, personal local y productores. Ellos tuvieron que escapar por tierra con una variada caravana de 4×4 alquiladas, camiones y los tres autos estrella que les habían ordenado sacar del centro de esquí.

Tuvieron que enfrentar una larga, agotadora y poceada travesía hasta la frontera con Chile donde estarían seguros. Pero en el primer pueblo, los lugareños estaban listos. Un camión estaba bloqueando la ruta y cuando se acercó nuestro convoy, encaró marcha atrás con velocidad, obligando a nuestros muchachos a tirarse a las banquinas, que estaban llenas de gente que hizo evidente que querían sangre. Lanzaron ladrillos, rompieron parabrisas y dos de nuestro grupo sufrieron heridas por los vidrios que volaron. Pero lograron pasar.

Luego tuvieron otro problema. La próxima ciudad era Río Grande. Y el rumor era que 300 autos y miles de personas estaban armando una emboscada. Esto terminó siendo verdad.
Las embajadas británicas en Chile y Argentina estaban haciendo todo lo posible para lograr que los escoltara la policía. Y los nueve de nosotros que pudieron escapar estaban en una habitación de hotel en Buenos Aires, trabajando toda la noche para encontrar un avión y una pista de aterrizaje para que pudieran salir porque, no nos engañemos, estaban en juego vidas.

Mientras tanto, la persecución había comenzado. Nuestros muchachos estaban siendo arreados hacia una emboscada.

Así que abandonaron los autos estrella, que estaban repletos de equipamiento de filmación valuado en cientos de miles de libras – y mi nuevo sombrero-, al costado de la ruta. Y partieron a través de un desierto congelado a un puesto fronterizo remoto donde ni siquiera hay una ruta. Uno ingresa a Chile vadeando un río.

Tuvimos que conseguir un tractor para que pudieran cruzar siendo remolcados. Y tenía que ser un tractor rápido, porque sabíamos que nuestro convoy estaba siendo perseguido por los matones. Intentá conseguir un tractor rápido a las 2 de la mañana, en el medio de la nada. Todo el crédito se lo lleva el productor Al Renton, que fue quien lo consiguió.

Con las baterías del teléfono satelital de la caravana muriéndose, perdimos contacto por seis horas y no teníamos ni idea dónde estaban atrapados. No sabíamos si nuestros amigos estaban vivos o muertos. Fue una noche larga.

Todavía no tuve la chance de hablar con ninguno de ellos, pero sé que fueron retenidos en la frontera Argentina desde las 3 de la mañana, cuando llegaron, hasta las 11. ¿Por qué? ¿Para permitir que los matones los alcanzaran? ¿Quién sabe? Todo lo que me importa es que ahora están a salvo en Chile.
Tierra del Fuego no está identificada como un problema para los visitantes por la Ministerio de Asuntos Exteriores del Commonwealth, pero en mi cabeza no hay dudas de que entramos en una trampa.

Sé que periódicos maliciosos en Gran Bretaña han dicho que fue toda mi culpa por número de patente. Pero eso no fue siquiera mencionado allí, porque la placa en cuestión había sido reemplazada.

No. Éramos ingleses (aparte de un camarógrafo australiano y un doctor escocés) y eso era suficiente razón para el Gobierno provincial para enviar a 29 personas en una noche llena de odio y ladrillos voladores.

“Miren lo que logramos”, van a decir en las próximas elecciones. “Echamos a los ingleses”.
Eso es verdad. Nos metieron una patada en el culo. Aunque hay un brillo de luz en todo este penoso asunto. El partido de fútbol hubiese sido un buen final para nuestro especial de Navidad. Pero fuimos premiados con algo mucho mejor por los políticos del lugar y su ejército de patoteros contratados.
Me gustaría decir “Gotcha” (“los atrapé”). Pero no lo voy a hacer.


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